Julio Castro – La República Cultural
Un piano de cola, un pianista, un tema que hizo famoso el Cotton Club y luego la gran Billy, “Don’t know why / There’s no sun up in the sky / Stormy weather / Since my man and I ain’t together / Keeps raining all of the time” y el tema introduce esta tempestad en la que sus personajes se agitan de lado a lado de esta cubierta de barco que es el escenario. Son la compañía Voadora, que ya tiene la costumbre de abordar temas complicados a su manera, para ofrecer resultados impactantes y bien planteados, con un punto de vista diferente.
En esta ocasión el elegido es Shakespeare, de manera que el objeto de su drama se transforma a manos de la compañía gallega en una obra de tinte más cómico, aunque no menos profundo, dentro del género musical.
Si alguien confiaba en encontrar truenos y relámpagos entre sangre, lágrimas y desesperación, se equivocó, aquí no estamos en el autor que otros han querido plasmar, sino algo más cercano a lo que puede comprenderse en el Shakespeare originario. Es crítico, mordaz, satírico, irreverente y, para remate, cuando debiera ser más inflexible, sabe redimir a ciertos personajes, para salvar la comedia de su bufonada.
Los retos de la compañía
Voadora tiene propuestas elaboradas, locas y divertidas, pero, sobre todo, bien trabajadas, con el fin de poder asegurar que su producto no caduca por banal, sino por haberlo sabido estrujar al máximo.
Cuando Marta Pazos me contó lo que tenían en mente hace unos meses, comprendí que su forma de afrontar la vida no es por el camino fácil, sino que la compañía se pone retos que innovan y rompen, pero no como finalidad, sino como vía necesaria para establecer su discurso. Así que, si lo anterior (Tokio 3) crecía a partir de la Divina Commedia de Dante, y la comedia estaba en el núcleo que mostraba lo caduco de nuestra sociedad, mientras incluían algunas piezas de música, ahora exponen un musical de teatro en el que la comedia es fruto de la tragedia que ven otros, y los temas que traen en directo culminan con la banda en escena. No satisfechos, incorporan la danza contemporánea, con un elemento de peso como es Guillermo Weickert, al que el humor no le ha faltado en la seriedad de sus propios trabajos escénicos.
El juego de los personajes
La compañía no desaprovecha la ocasión para trastocar los personajes, desde su indumentaria hasta sus caracteres, haciendo resaltar elementos que están en su autor, y que son propicios a las intenciones de su trabajo. Así que, de nuevo juegan con una indumentaria que por momentos se encuentra en la época en que se ambienta, pero en buena medida se fuerza el contraste con la actualidad.
Ariel (Fernando Epelde) arranca su relato de la tempestad travestido y con peluca rubia, pero más adelante continuará con esta línea. En tanto que Calibán (Diego Anido) se troca en monstruo con juegos de espejos y purpurinas, para aparecer trajeado de ejecutivo pretencioso. El grupo del rey de Nápoles (José Díaz) y el usurpador de Milán (Sergio Zearreta), se presentan como jeques que, tras el naufragio en la isla, dedican su tiempo al golf y a descansar en un resort.
Guillermo Weickert, en el personaje de Stefano, pretende dar una cómica seriedad a su contrapartida que en este caso es el de Trínculo (en este caso es Borja Fernández), que fiel a su nombre, no deja de engullir botellines de cerveza y que pone en marcha un bufón con su clown muy al estilo de la comedia del arte.
El absurdo siempre presente
Otra idea estupenda es la de sorprender al público con un teatro dentro del teatro, jugando a martirizar a Ferdinand (Iván Marcos) en su llegada a la isla, con una parodia digna de los Monty Python. Pero si esto no fuera suficiente, el personaje de Miranda que interpreta Olalla Tesouro, decide tomar un libro de entre los de su padre Próspero (Hugo Torres), concretamente Pomelo, de Yoko Ono y leer textos salteados que no vienen a cuento y que introducen una situación diferente para aproximar su relación con Ferdinand.
Pese a la situación, los elementos que componen la obra se enriquecen con las aportaciones de Voadora, ya sea en el planteamiento, como en los elementos que incluye, como la idea de los caballos, o el convertir a ciertos personajes que debieran ser más miserables, en pura comedia de chiringuito de playa.
La crítica necesaria
La compañía no es de mensajillo moralizante, sino todo lo contrario, de manera que hay todo un subtexto que va moviéndose entre cada línea, aunque en ocasiones salga más a la luz, pero se puede seguir un paralelismo de la parte shakesperiana con las falacias de nuestra sociedad, en tanto que el interludio para volver a nuestro presente, se aproxima más a la sociedad del absurdo.
No dejan escapar momentos más cómicos, aunque quizá más puntuales, y cómo no citar la burla de la monarquía a través de una coronación, pero el análisis que requiere su trabajo, tras lo impactante de la función, puede dejar muchas más pistas sobre la evolución que ha venido teniendo ese gran equipo artístico durante estos años, que además de establecer ya pautas propias, comienza a incorporar a otros profesionales y a abarcar nuevos estilos dentro de su sello.
Como es un trabajo que está comenzando, tendrá que tener su evolución, en la que seguro que desaparecen cosas puntuales y otras se abrevian, dado que siempre quieren abarcar mucho, pero lo esencial para un gran trabajo está ahí. En sus primeras giras han pasado ya por el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, y seguramente es uno de los mejores montajes del Fringe Madrid 2014, sobre todo porque su trabajo es una propuesta terminada y con ambición, que no cae en la tentación de ir “a ver qué sale de esto”.
Comprender al autor
La poca educación general literaria que se recibe en la fase común del sistema español, no sólo es insuficiente para conocer (y menos para reconocer) a autores fundamentales (no digamos a los que se incluyen en los etcéteras). Pero una cuestión heredada de la visión sajona, más norteamericana de británica, es la que considera a su autor más venerado como un creador trágico, con salvedades hechas de ciertas comedias evidentes. Cuando alguien profundiza en la manera de leer o, mejor, de poner en pie sus textos, cuenta con dos opciones: flagelarse con la vida al pie de la letra, o comprender que los textos son mucho más ricos que el conjunto de sus palabras. Y aquí es donde llega la comedia.
No creo que Shakespeare tenga una base trágica en sus textos, salvo en los hechos fundamentales y evidentes. Otra cosa es hablar de su crítica social, que le convierte en su época en una especie de bufón del reino que se permite, mediante la conversión de veladas intenciones, tocar temas tabú. Seguramente por eso es aún hoy un actor vivo y de actualidad, como muchos de los actuales debieran serlo también.
Una de las cuestiones que me interesan de Voadora, además de sus trabajos en escena, es que son multidisciplinares, pero quizá el fundamental reside en la manera de mirar y de ofrecer otros puntos de vista, recogidos en envoltorios capaces de alcanzar a cualquier público. Pues eso es lo que hacen en este Shakespeare: desnudar al autor de las vestimentas que le ha puesto nuestra historia, para envolverlo de nuevo en sus ropajes, añadiendo los formatos que a ellos les da la gana y que pueden generar. Por supuesto, mucho más educativo y, sin duda, divertido que un libro de escuela, porque incitará a leer al autor con la esperanza de encontrar una propuesta interesante y cercana, más que la que ofrece un legajo ajeno a sus destinatarios.