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Ramami - La República Cultural
“¡La puta, qué concierto!”. Estas palabras eran los pensamientos en alto que un alucinado y ensimismado espectador pronunciaba al girar sobre sus pies, cabizbajo, como apenado, soltándose de la valla a la que estaba amarrado tras el concierto de Anaut. Saboreando todavía lo que acababa de presenciar y dirigiendo relajadamente sus pasos seguramente en busca de más buena música. Y es que ese ha sido un poco el sentir y el pensamiento general de los que se han dado cita estos días en las plazas de Lavapiés. Me refiero concretamente a la plaza de Nelson Mandela y a la de Agustín Lara, en las que la organización de Lavapiés Diverso ha programado durante cuatro días, de jueves a domingo, una serie de conciertos gratuitos con un único objetivo: difundir la música por las calles del céntrico barrio madrileño mezclando estilos y culturas.
Se dice popularmente que la música amansa a las fieras. Seguramente sea cierto, pero su verdadero significado y sobre todo las consecuencias de la música van mucho más allá. Estos días se ha demostrado que es un magnífico instrumento para romper barreras, para derrumbar fronteras, desarmar prejuicios y por encima de todo, para crear y compartir emociones, sensaciones y sentimientos con aquellos que se encuentran a tu lado, sean del color que sean, crean en lo que crean y tengan la condición social o sexual que tengan. La música no discrimina más bien unifica, instruye, educa y dignifica.
Es significativo ver como en un mismo terreno compartiendo un mismo emplazamiento, en este caso una plaza de Lavapiés y por extensión todo el barrio, pueden estar mezclados chinos, musulmanes, heterosexuales, africanos, hindúes, judíos, pobres, europeos, homosexuales, latinoamericanos, árabes, cristianos, ricos…, bailando chotis, cumbia, rap, rhythm and blues, pasodobles, reggae, rumba, cuplé, salsa, hip hop, ska, flamenco, soul, experimental… o cualquier otro estilo, ritmo o género musical que podamos encontrar en el lugar que sea de los países de origen de los que proceden todos aquellos que conforman el variopinto mapa multicolor que conforman los vecinos del barrio de Lavapiés.
Y es que ha habido grupos de todos los tipos y colores. Desde aquellos que procedían directamente de otro país en concreto, aquellos de de la misma nacionalidad pero de distintas localidades, otros en los que el propio grupo era un mini mapamundi, pues cada componente procedía de un lugar diferente del mundo, o los que se han generado en el propio barrio con la propia idiosincrasia de éste. Esta era precisamente la amalgama de ingredientes que necesitaba este festival para reivindicar la diversidad de este distrito, del ambiente cosmopolita y que no ha perdido su naturaleza castiza.
El jueves, con un día de retraso según lo previsto y con un calor sofocante, arrancaban sus primeras actuaciones musicales. El día tenía un marcado acento africano en la plaza Nelson Mandela. Mezcla de Camerún y Madrid tocaban y bailaban Tawas MC con la colaboración de una espontánea que se colocó delante del escenario y comenzó a quitarse la ropa, no sabemos muy bien si por el calor de los temas o por el atmosférico, aunque al final se quedó en un sí pero no y no llegó la sangre al río. En este mismo escenario les seguirían los tanzanos Jagwa Music, con un planteamiento musical y escénico centroafricano más tradicional. Mientras, en la plaza de Agustín Lara, la música tenía un carácter más nacional con el rapero valenciano Alberto Gambino que increpó con sus trabajadas letras inconformistas a base de rap, reggae o ska y no dejó de abogar para que este tipo de iniciativas se sigan realizando envidiando no vivir en Madrid y añorando que estas iniciativas no se realicen en otras ciudades. Con la nota atrevida en el vestuario y su cuplé madrileño, Esperanza Argüelles con Maestro Desakato cerraban una noche que desvelaba el variado colorido que iba a impregnar todo el festival.
El viernes, la plaza de Nelson Mandela se teñía de un tinte árabe con los representantes de Noches del Ramadán, mientras que en la plaza Agustín Lara el color era más latino con representantes de Venezuela, Brasil y España donde La Trini puso su toque andaluz a base de coplas llenas de sentimiento y arte.
El sábado, con una temperatura muy refrescante y con un cielo que amenazaba lluvia pero que al final respetó, daban el conciertazo aludido al principio del artículo los chicos de Anaut. Y es que ciertamente protagonizaron un directo que resultó exquisito para los oídos y para el espíritu. Con sus precisas notas ponían de manifiesto otro de los grandes protagonistas de este festival como fue la excelente calidad de sonido del que pudimos disfrutar en todas las actuaciones. No sé si por la naturaleza de los equipos o por la buena aptitud de los técnicos. Sea como fuere este es un aspecto importantísimo por la que se merecen una más que digna y merecida felicitación. En ese mismo escenario les seguiría la alegría de Marinah y los Argonautas que enseguida puso a todo el mundo a bailar, a cantar y a alzar los brazos porque quería disfrutar del multicolorido racial que en esas manos se iba a reflejar. Unos metros más abajo, en Agustín Lara el aire venía de Centroamérica. Por un lado el cubano Yelsy Heredia puso el buen rollito y el compromiso con la música entre los asistentes exaltando el barrio a himno de “no estamos en la plaza Cibeles, no estamos en la plaza Neptuno, no estamos en la plaza Mayor ¿Dónde estamos?” y al unísono toda la plaza gritaba: “¡en Lavapiés!”. También protagonizó la anécdota de la noche y con la que resumía muy bien todo lo que allí se vivía y lo que representa el espíritu de Lavapiés Diverso. Nos contaba que su frutero de Lavapiés había cerrado la tienda porque quería presumir de tener un cliente artista y no podía dejar pasar la oportunidad de verle actuar. Reflejaba así la amistad, el compromiso, la importancia de la cultura cerrando su negocio y el orgullo de pertenecer a un barrio al que han emigrado pero en el que comparten la vida. Se despidieron haciendo una comba por toda la plaza y con un firme compromiso: “a regalarse música todos los días”. Tras ellos apareció la música experimental de los mejicanos Descartes a Kant, con unas voces al más puro estilo de cualquier musical, irrumpían mezclando melodías con ritmos impetuosos y guitarrazos enérgicos que convulsionan al espectador, todo ello aderezado con la escenificación de cada tema con una trasformación minimalista de las cantantes.
El domingo todas las actuaciones se llevaron en la plaza Agustín Lara lo que obligó a que la primera actuación a cargo del dúo de Le Parody fuese demasiado temprana y con el sol en todo lo alto, pero que supieron aguantar y agradecer a los presentes su asistencia en dichas condiciones. Les seguiría la banda de Ángel Vargas, Entre Coche y Andén que pondría la plaza patas arriba con sus chascarrillos y su música más castiza a base de boleros, rumbas, swings y lo que les pida el cuerpo, porque se atreven con todo con tal de estar cerca de la fiesta y el baile. A continuación vendría el vendaval de rimas de Desechos envueltas a base de reggae, ska rock o rap tocado. El honor de cerrar del festival corrió a cargo de OY, uno de los grupos vencedores del Zanzibar “Vis a Vis” de Casa África. El dúo formado por una ghanesa y un suizo afincados en Berlín nos proponen una música de vanguardia con pregrabaciones y samplers a cargo de Joy Frempong y una batería responsabilidad del misterioso Lleluja-Ha quien aparece oculto bajo una especie de mitra gigante (copete habitual de los obispos) y un velo a base de flecos que le cubre la cabeza y toda la cara.
Aunque la organización ya ha pedido en varias ocasiones las correspondientes disculpas por los problemas que han tenido para cumplir con los horarios y distribución de escenarios previstos en un principio y aunque tendrán que limar alguna que otra cosilla para ediciones venideras, hay que resaltar, que desde fuera se ha vivido toda una fiesta, se ha bailado, se ha disfrutado y por supuesto, lo más importante y reseñable de todo es que se ha compartido cultura enriquecedora y de la más diversa.
Y para terminar de definir esta iniciativa, no se me ocurre nada mejor que hacerlo como hemos empezado, robándole la frase a uno de los protagonistas de esta historia:“¡La puta, qué festival!”
