Julio Castro – La República Cultural
Tres creador@s componen la Noche de Solos que se desarrolla un año más dentro del festival Territorio Danza que organiza la sala Cuarta Pared. Ya viene siendo la costumbre de la compañía Provisional Danza, que dirige la coreógrafa Carmen Werner, mostrar el trabajo de algun@s integrantes de su compañía. No sé si hablar de emergentes, porque aunque jóvenes, tienen ya un cierto recorrido de años, en particular con la compañía, pero lo cierto es que l@s tres dejan su marca en estas dos noches en las que se han ofrecido sus respectivos trabajos al público. Son Laura Cuxart, Cristian López y Tatiana Chorot.
De cada un@ hemos hablado recientemente en la revista, a cuento de diversos trabajos, ya sea el “explosivo” estreno del festival, que corrió a cargo de un taller dirigido por la Werner, bajo el título Bailar / Volar, del que Laura y Cristian también formaron parte, como de la breve reposición de Algunos lugares, trabajo de Nabeirarrua donde se integra también Tatiana, o la reciente creación colectiva de El Curro DT, No me tires piedras por favor, donde participa también Cristian. Pero hay propuestas previas en las que he ido descubriendo lo que son capaces de mostrar, y ahora arriesgan al evidenciar su propio sello en escena en un festival dedicado a la danza, que ya es un fijo en Madrid.
Aquí nos llegan con tres propuestas bien distintas, que seguramente son capaces de recoger las características más marcadas de cada cual, así que encontramos la oscuridad que da mayor peso al movimiento en el caso de Laura Cuxart, la luz y la energía que es capaz de generar Cristian López a partir de un punto de referencia, y el juego de luces y sombras que se apoyan en los textos, que nos deja el trabajo de Tatiana Chorot. Hay para elegir o para quedarse con l@s tres.
Cuando el sol se pare , de Laura Cuxart
Nos presenta una pieza de tintes oscuros, entre los que el movimiento es lo que destaca por encima del entorno o de cualquier sutileza ajena a su movimiento. Con momentos de gran intensidad, de enorme control de energía, que suceden a otros de calma y reflexión, es capaz de pasar desde etapas de presencia ajena a su entorno, hasta otras en las que conecta su idea y la ofrece al público.
El trabajo comienza con calma, como en meditación e irá creciendo lentamente, de manera que todo el público sea capaz de alcanzar con ella el momento de coronar la fuerza de su expresión. Con ella crece la música, mientras se intensifica el movimiento, que consigue retener y evitar que explote antes de tiempo, permitiendo así que haya continuidad en la exposición.
De lo más calmado a expresiones que recuerdan a una locura de tarantella, salpicada de momentos de expresión flamenca, nos conduce hacia un desarrollo más reposado, más “zen”, de introspección, a partir del cual se pone de manifiesto la duda y la indecisión de su personaje, incapaz de escapar.
12 cuerdas , de Cristian López
Si no se desprendiera del título de la pieza, queda evidenciado el tema a partir de la salida a escena de Cristian. Un boxeador, que podemos traducir a la idea de un luchador como concepto, recorre el espacio escénico con las manos vendadas y fusionadas, como incapacitado hasta el momento de encontrar su lugar en escenario: su banqueta en el ring.
Si la en propuesta previa hablaba de oscuridad y mundo interno, aquí se dispara el efecto lumínico a partir del momento en que la lucha del individuo da comienzo.
Nos encontramos en una coreografía que enlace la idea del baile del boxeo con una danza mucho más enérgica, porque toda la pieza se basa en la fuerza aplicada a esta función.
La estructura cuenta con tres partes, dos de ellas se desarrollan ocupando todo el espacio escénico, mientras la central nos ofrece al personaje anclado a un punto estático, mientras demuestra la capacidad de movimiento que es capaz de generar. Una fase de demostración, seguida del encuentro real que puede acabar en victoria o en… fracaso.
Este sería un buen final , de Tatiana Chorot
Como si se tratara de demostrar la diversidad de coreografías en una noche, la de Tatiana es completamente diferente. Urdiendo el origen en El mago de Oz, sugiere cambios en el moralizante film de Victor Fleming, o la historia-saga de L. Frank Baum. “Si tuviese algo que decir, le preguntaría a Dorothy por qué quiso volver a casa”, explica al comienzo.
La coreógrafa, vestida de negro y con zapatos rojos de purpurina, juega con las sombras, con dos pequeños flexos, y con un elemento, un diminuto tiovivo al que hace girar deseando formar parte de su violenta centrifugación. La manera de mostrarse en la pared del fondo acaba por sugerirle que su sombra sea la que juegue con la sombra del tiovivo, por más que ella se mezca en el aire y acabe por caer al suelo.
La propuesta de Tatiana incluye diversos textos, que culminan ofreciendo un texto de despedida, de despedida amorosa, de despedida de cuento, pero no de hadas, hasta que finalmente, su cabeza termina dando vueltas como un tiovivo, o como el tornado que transporta a Dorothy, y entonces… colorín colorado.