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En palacio cambian sopa, pero no es de letras - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Pasamos por la plaza de Oriente, llegan montones de vehículos de cristales tintados, escoltados por policía, guardia civil, guardia real… lo primero que se te viene a la cabeza es que un juez ha trasladado su sala de interrogatorios al palacio para poder contar con más espacio, con mayor margen de maniobras y con unos calabozos acordes al rango de los detenibles. Nadie puede aproximarse ni pasar por la misma acera a pie de calle, y desde lejos los agentes hacen señas a quienes se aproximan, para que crucen por medio de la calzada al otro lado. Justo al límite del gran patio donde lujosísimos coches se estacionan en medio de una parafernalia de luces azules, un violinista pide para comer mientras toca a los pies de la escalera del palacio arzobispal. Todo el mundo le ignora, hacen fotos con los móviles desde el cordón de seguridad ¿a quiénes? a los coches. Él seguirá tocando más tarde, solo, sin nadie más, en la madrileña noche de otoño.

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En palacio cambian sopa, pero no es de letras

Si las bolsas de poemas pagaran favores públicos

En palacio cambian sopa, pero no es de letras
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En palacio cambian sopa, pero no es de letras

Trafiquemos con literatura. Foto: Julio Castro.

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En palacio cambian sopa, pero no es de letras

Trafiquemos con literatura. Foto: Julio Castro.

Julio Castro – La República Cultural

Pasamos por la plaza de Oriente, llegan montones de vehículos de cristales tintados, escoltados por policía, guardia civil, guardia real… lo primero que se te viene a la cabeza es que un juez ha trasladado su sala de interrogatorios al palacio para poder contar con más espacio, con mayor margen de maniobras y con unos calabozos acordes al rango de los detenibles.

Nadie puede aproximarse ni pasar por la misma acera a pie de calle, y desde lejos los agentes hacen señas a quienes se aproximan, para que crucen por medio de la calzada al otro lado. Justo al límite del gran patio donde lujosísimos coches se estacionan en medio de una parafernalia de luces azules, un violinista pide para comer mientras toca a los pies de la escalera del palacio arzobispal. Todo el mundo le ignora, hacen fotos con los móviles desde el cordón de seguridad ¿a quiénes? a los coches. Él seguirá tocando más tarde, solo, sin nadie más, en la madrileña noche de otoño.

Los corruptos están aquí, piensas. Y lo dices, en voz alta “ahí van todos, más corruptos”. Me observas con media sonrisa. Me miran algunos transeúntes un tanto sorprendidos, porque parece que no se puede decir la verdad en las calles salvo que te arropen miles. “Malditos fachas” añado. No, no es verdad, me ha salido “¡mierda de fachas!”.

Tienen organizado un fiestorro a costa de lo que nos han estado robando, mientras una veintena de personas con cámaras y grabadoras se agolpan a las puertas esperando para dar la noticia del menú. Yo sé cuál será: el más costoso que podamos permitirles.

Salimos del teatro por la Cebada, el otro teatro, el de verdad, que es lo que nos queda. Allí dentro se habla de paro, de inseguridad en el empleo y en la vida, de vender riñones para comer, o de prostituirse. De derechos humanos, que nunca supimos a qué se referían…

Paseando, de vuelta por la plaza, el violinista sigue, ya nadie mira ni hace fotos, dentro se comerán los beneficios de la vida y a los becarios que trabajen por miserias, mientras les protegen el perímetro para que no salpiquen fuera las migas. En la tienda de la esquina, al otro extremo de la plaza, grandes carteles anuncian la venta de souvenir del nombramiento de un monarca al que, desde luego, no hemos elegido.

Pero antes, dos agentes de azul (oscuro, claro) pasean y discuten más que vigilar, y uno agita mucho las manos explicando o protestando por algo mientras camina junto al otro. Es por la corrupción, seguro, por todo lo que nos quitan, a ellos también. Pero tú opinas que es más bien por los trienios y las subidas de sueldo.

Finalmente, en un ejercicio de positivismo del absurdo, decido que están hablando de literatura, concretamente de poesía. Que la moneda de cambio en este país ya no es el euro o las divisas, sino las palabras escritas o enunciadas, que se comercia con textos y, mientras más se escribe más se enriquece cada uno.

Y no puedo evitarlo, pienso que si las bolsas de dinero que intercambian en sus cacerías fruto de las cenas, en realidad son bolsas de libros y manuscritos, nada cambiará, solo el signo de las cosas, pero siempre termino en el mismo punto: con dinero o sin él, nos roban la poesía y siguen sin entenderla.

Así que, sí, concluyo, los dos agentes son poetas prosaicos e intercambian sus enunciados mientras pasean. Lástima que si quiero pasar la barrera para conocer sus bibliotecas e intercambiar ideas con los bibliotecarios, los lomos de sus libros acaben sobre mis lomos naturales, o bien me acaben disparando con la carga de sus cartuchos de tinta. Y en esa tesitura elijo que se queden con sus souvenir, los de la tienda de enfrente, para siempre, pero reclamo bibliotecas ciudadanas, para el pueblo, porque la palabra debe ser capaz de detener estos ultrajes.

Pero entonces escucho tu voz: los trienios. Parece que te han escuchado, se paran, callan miran. Y nos llevamos la poesía mientras protegen las mesas ajenas. Mi tesssoro.

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