Julio Castro – La República Cultural
“¡Que digo Trigo por no llamarte Rodrigo!”, se escucha una voz en off fuera de escena, mientras habla Alberto, el presidente de Bansia, la entidad ficticia que da nombre a este montaje que dirige Juanma Cifuentes, a partir del texto de Carlos Pontini.
Elena (Rakel González Huedo) es la joven directora de una sucursal de banco a la que acude Milos Milosevik (Carlos Pontini) a fin de suplicar que le ayuden con la hipoteca pendiente de su vivienda, ya que se ha quedado sin trabajo, su empresa de seguridad no tiene casi ingresos debido a la crisis y lo perderá todo. Entre ambos surgirá una complicidad que en principio podría llevar a más.
Por otra parte, la misma Elena mantiene una relación conflictiva e interesada con el presidente de la entidad, Alberto Trigo (Antonio de la Fuente), ahora perseguido e imputado en una causa relacionada con los tejemanejes de los fondos de Bansia. Él le pedirá ayuda a ella, y un favor extremadamente comprometido: contratar a un sicario.
En tono de comedia, la compañía va desbrozando el significado de tener una hipoteca y no poder pagarla. Puedo asegurar que incluso me enteré de un detalle más que desconocía sobre estas situaciones, y estoy convencido de que todo el mundo (salvo quizá quien haya estado en esa situación de acoso por parte del banco), aprenderá mucho sobre la miserable situación de usura que permite la ley a estas entidades, que ejercen el poder absoluto en nuestro “civilizado” mundo a través del dinero y la extorsión.
Han querido incluir un toque shakespeariano o quevedesco (por enraizarles en el país de nuestra banca), intercalando rimas e incluso de tonos de opereta, que acaban culminando a ritmo de hip hop en esta historia de base satírica, “es que hablamos de señores como los de las noticias, que no pueden ser peores, pues les puede la codicia”. Aunque también se construye con momentos de “thriller cómico”, y de imposibles relaciones de amor-odio, para que no le falte de nada.
La crítica alcanzará a todas las instancias que permiten la insana sociedad en la que nos han convertido, e insta a pensar en lo que nos hacen cada día. En estos momentos de corrupción salvaje, la historia es candente y nos recuerda que la burbuja inmobiliaria pinchó, pero para nuestro pesar, nunca para el de quienes lo acapararon todo. Sin embargo, tal vez nos permitan el alivio de un desquite… hasta cierto punto.
Insisto, la historia es real en la parte de la apropiación abusiva de la vivienda, y le atañe precisamente a uno de los actores, Carlos Pontini, que seguirá pagando mensualmente una cantidad desorbitada durante diez años, por una casa que ya no es suya. Podía haber elegido desquitarse de otra manera, pero eligió esta.
La paranoia del presidente de Bansia, la vida ligera y dual de Elena y la desesperación de Milos, acaban confluyendo en una misma cosa, los tres son unos profesionales. En ambos sentidos: el de los personajes que cumplen (más o menos) con sus expectativas, y el de este equipo de actores que consiguen todos sus objetivos cumpliendo con las nuestras.