Julio Castro – La República Cultural
Claro, si hablo de la poética de los textos de Pablo Messiez, no diré nada que no sea ya bien sabido. Y si explico la manera en que son capaces de generar divertidos enredos los de Grumelot, a todos nos va a lucir el pelo. De manera que no me queda otra manera que preguntarme cuál es el punto vital de este trabajo que han construido a partir de los clásicos.
La cuestión es que me resulta bastante habitual encontrar la manera en que convertir en contemporáneo a un autor del siglo de oro, resulte un “pestiño” intragable, un rollo pedante insoportable, o una comedieta difícil de pasar. En este caso ya teníamos mucho ganado, porque es difícil que cualquiera de los integrantes de este proceso creativo derive hacia esas aguas.
Los personajes alojan en su interior mucho más que su primer papel, porque están habitados por un germen de clásicos autores del Siglo de Oro, de manera que Calderón se abre paso con La vida es sueño, para dar paso al resto, sean Cervantes o Teresa de Ávila, que poseen estos cuerpos, de tres niños y tres niñas abandonad@s y encerrad@s en una casa. Perdida la madre y luego el padre, han desaparecido las referencias que mantenían en pie la construcción de esta familia, que ha dejado de madurar para limitarse a repetir los papeles que asignaron a cada cual, sin ser capaces de analizar, comprender y, por lo tanto, crecer hasta convertirse en adultos con personalidad plena.
El teatro genera personajes heredados de la realidad
Como si de un futuro postapocalíptico se tratara, seis hermanos viven encerrados en esta casa, hasta ser capaces de generar una sociedad a partir de las palabras de esos autores, y hasta comprender que lo importante puede ser la música que les acompaña, esa que no todos pueden escuchar…
No hay contacto con el exterior, no sabemos si existe más gente, o si nos encontramos ante un universo limitado a este loco entorno en el que tratan de recordar: “¿cómo era la cara de papá?”, pregunta el hermano menor “y ¿cómo hacía papá?”, pregunta luego “papá hacía así…” responden con los gestos y la mímica los mayores. Todo es texto, todo es juego, todo es gesto.
“’El mar, qué hermosura’, decía mamá”, reflexiona Irina (Mikele Urroz) junto al hermano que la persigue (Javier Lara), lo que nos trae a Tirso de Molina a través Juan, en El Burlador de Sevilla (“y en vuestro divino oriente / renazco, y no hay que espantar, / pues veis que hay de amar a mar / una letra solamente”)
En realidad el espacio recibe al público con José Juan Rodríguez en escena, y una olla hirviendo al fuego. Él, hermano menor como veremos más tarde, pensativo, deambula hasta arrancar su monólogo: está poseído, como decía, por Calderón, y le bulle el texto de Rosaura “Hipogrifo violento, / que corriste parejas con el viento, / ¿dónde, rayo sin llama, / pájaro sin matiz, pez sin escama, / y bruto sin instinto / natural, al confuso laberinto / de esas desnudas peñas / te desbocas, te arrastras y despeñas?”. Avanza y devana el texto, pero como un niño pequeño no comprende sus palabras, como tampoco las comprenderá más tarde la propia Irina en su Teresa de Ávila (“vivo sin vivir en mí…”), hasta que la luz se hace en su cabeza: “¡lo he entendido todo!”.
Los textos construyen y destruyen pasiones
En la construcción y destrucción siempre el texto envuelve todo, pero se comunica con la acción y los elementos de manera que todo es capaz de crear la imaginación de una estancia con elementos comunes, así que de nuevo Calderón sirve para construir una mesa y una silla a partir de libros, imaginación y palabras, cuando el personaje de Carlota Gaviño se queja de la ausencia de lo tangible ante su amado hermano Iván, al que encarna Íñigo Rodríguez-Claro.
Pero si no es suficiente, la Galatea entra en el personaje de Olga (Rebeca Hernando), que siente ese fuego “Yo sí que al fuego me consumo y quemo, / y al lazo pongo humilde la garganta, / y a la red invisible poco temo, / y el rigor de la flecha no me espanta. / Por esto soy llegado a tal extremo, / a tanto daño, a desventura tanta, / que tengo por mi gloria y mi sosiego / la saeta, la red, el lazo, el fuego”. Y cuyo personaje tampoco se inhibe de la responsabilidad de romper a través de Lope de Vega y La Dama Boba, en este caso el personaje de Carlota Gaviño, que debe romper con su Iván, y es Olga, enterada del romance más que en ciernes que se ciñe a ambos hermanos, quien fuerza la escena para acabar con la historia por la fuerza.
Cárceles, cajas, contenedores, Mondrian y Calderón
Lo interesante tanto de los textos como de la construcción del lenguaje dramático reside en comprender por qué son éstos y no otros o, más bien, porqué conduce el hilo de La vida es sueño, cómo se estructuran los espacios de los personajes y cómo Calderón contiene a los demás.
En el film de Otto Preminger El factor humano (1979), basado en la novela de Graham Greene (de 1978), uno de los personajes le compara al protagonista las pinturas de Mondrian con las relaciones en la vida y con el espionaje: “Apenas nos conoce porque es nuevo, vivimos en cajas, cada uno en la suya. ¿Conoce a Mondrian? Es un pintor búlgaro. Cajas. Eso es lo que sugieren sus telas. Cada una independiente, pero todas parte de un conjunto. Cada cual tiene su caja: usted la suya, yo la mía y nadie es responsable de la caja del vecino. Puro sentido común, ¿no cree? Ese problema de filtración que tiene páselo a la caja del vecino y ya no tendrá por qué no dormir”.
Parece precisamente la manera en que se organiza este juego de encierro, edades, paso del tiempo y generación de las relaciones. La casa contiene a los seis personajes (no sabemos siquiera si está dentro de un mundo). El hermano menor, a través de Calderón, nos habla del encierro, de manera que contiene a los demás, pese a ser el más joven, Las relaciones del resto crean intersecciones entre sí, dos a dos, o cada cual su propia caja. De vez en cuando una interfiere y rompe ese espacio cerrado de dos, para destruir algo y construir otra cosa.
Pero la realidad es que a través de las experiencias internas y externas crecen, llegando a crear, inevitablemente, una sociedad donde no la había. Lo contrario significaría la destrucción, la extinción o ambas cosas. “Olga”, dice el personaje de Carlota Gaviño, “estás embarazada”. “Ya lo sé”, responde ella. Es un instante cómico y tierno, porque esto es muy evidente desde el comienzo hasta el fin y por la sencillez de ese momento, pero desde el hipogrifo calderoniano hasta ese punto, el viaje responde a un universo paralelo, de generación de vidas como si surgieran espontáneamente para ser capaces de crear un mundo de las cenizas del nuestro.
Para recoger todo, queda el personaje que contiene todo, el de José Juan Rodríguez, que se hace clave en la trama, desde la expresión y el movimiento, aunque todo el peso se reparte en escena. Él abre inocentemente y acaba dando paso al cierre de otros, como en el sueño de Segismundo.
Y es que el teatro y la poesía están en la base de la vida de nuestra sociedad, aunque no seamos capaces de comprenderlo… ni de saberlo.
Pero la posibilidad de crear este complejo universo, que es réplica y parodia de nuestra propia sociedad, aunque con el humor y la ternura de sus generador@s, sólo se puede hacer desde la genialidad de quienes nos la han venido ofreciendo, dentro y fuera de escena.