Julio Castro – La República Cultural
La tía Edda, un personaje que podría ser real o ficticio dentro de la realidad de Andrea Caltran, conduce esta propuesta unipersonal, en la que su propio creador ha diseñado un espacio cercano al público para exponerse entre texto y movimiento, mientras asume los roles del personaje y de su visión, pero, a la vez, le imprime un formato narrativo/documental.
“¿Cuáles son nuestras verdaderas necesidades? ¿nos importa más comer, o ser queridos?” Con esta disyuntiva, y tras exponer un experimento realizado hace décadas con crías de monos superiores, habiéndonos introducido en una pompa de jabón que nos aísla del exterior, ya ha logrado ubicar al público en situación.
Caltran nos habla de una sociedad italiana, caduca y caducada, de un tiempo que ya pasó en la época de quienes podrían ser sus abuelos (así los presenta), y de una adolescencia de mujeres que se convierte en uniformidad, en valores poco distintos a los de cualquier persona en represión. De un pueblo en el que todo se escruta, todo se comenta, todo se condena,… un mundo muy felliniano, muy Amarcord, ese que aquí tampoco ha tenido grandes diferencias hasta el segundo tercio del siglo XX.
Pero también presenta a una mujer que desde la juventud sabe lo que quiere, que desea ser, provocar, existir, hacer: decidir.
Esa es Edda, la tía Edda, una revolución diferente, en la que tendrá que construir su propia historia para lograr no morir en el ostracismo personal, aún a costa de desaparecer de la sociedad. Edda “la loca”, la que dice lo que piensa cuando no puede hacerlo.
Para su trabajo ha elegido la sencillez en los elementos y en el discurso, porque la complicación se vuelca en la ejecución, y va de la mano de la complicidad de su personaje. Así, el atrezo se limita a unos pocos elementos que complementan a su vestuario, y mientras se despoja de su chaqueta para convertirla en la representación del poder masculino al que se dirige cuando quiere interactuar, se coloca una tela a modo de turbante o de gorro y unos zapatos de tacón. El resto, prácticamente, es movimiento y texto.
Si la sencillez es lo que parece dominar, encontramos que ha escogido un formato más complejo para expresarlo, porque mezcla un teatro muy físico y la danza con el trabajo textual. A veces uno interrumpe al otro, a veces se complementan. No ignora al público, necesita el contacto físico y lo demuestra desde el primer instante con el recorrido con que abre su acción, así que deja patente que se dirige a cada uno de quienes están presentes, porque es una narración para ell@s.
Como me explica más tarde, trata de hacer un camino más complicado en su trabajo, ya que él es un actor dirigiéndose a la danza, cuando el camino suele ser el inverso. Así que dedica una parte al formato danza contemporánea, y aprovecha otros momentos para introducir temas más nostálgicos de los ’50, como Carla Boni en “Amo Parigi” (“Amo questa mia Parigi, / quando piove e spunta il sol, / l’amo tanto perchè il mio amor è di Parigi, / perciò I love, perciò I love Paris”), que aún en su nostalgia habla de unos viajes y de lo que ella desea y sueña pese a estar sometida a un hombre con otros planes. O Il mambo italiano, de la misma época (“Prova ad assaggiare / pulpe, triglie e baccalà, / ehi, tu pur, / tu vuoi mangiare pasta e fasul / dicendo sempre, ehi bambino, / non bere molto vino, / poi continua sempre / imperterrito a cantar soltanto…”), que sugiere que todo está en todas partes, no sólo allí lejos donde se imagina, y que además puedes elegir lo que prefieres. Así la ve el niño cuando una noche la espía en la soledad de su tía en la habitación, y aunque lo aborda con otros matices, esa es la soledad vencida por Edda.
Pero este es tan sólo una parte del riesgo en el trabajo que nos propone, porque habla de un tema cotidiano, el de la mujer reprimida y limitada, que convierte en acto de heroísmo en la lucha contra todo. Y ahí hay que comprender que, cuando dice años ’50 o ’70, le valdría lo mismo decir hoy, y ese es el motivo de tratar a Edda como a una heroína en su unicidad, porque generalmente la soledad rodea a quienes se pasean solas en esa lucha.
Me parece interesante dejar al público con la duda de la realidad de los hechos o la posible invención del personaje de Edda por parte de Andrea, porque al fin y al cabo, el espectáculo es creación, y lo que haya de realidad en el mismo queda a la voluntad del autor que lo muestra, el contarlo o no. En definitiva, el trabajo es muy interesante y logra llegar a cada espectador fácilmente por el realismo que esconde detrás.
Hay una cuestión subyacente que podríamos olvidar si nos centramos en la historia de la protagonista, y es la pregunta que lanza su autor al comienzo. En realidad es un texto que habla del aislamiento y de la soledad, de cómo los poderes te quieren dentro de una pompa de jabón, tan limpio y aislado, pero también de cómo la sociedad más cercana se acaba convirtiendo en ese centro de poder que te limita y te impide salir del redil. Y lo cierto es que, durante un momento, durante la función, lo olvidarás, pero al terminar vuelve la pregunta a nuestra cabeza ¿comer o ser queridos? No nos engañemos, habla de otro tipo de alimento, pero ¿por qué nos hacen decidir?