Julio Castro – La República Cultural
“Fui un niño muy rubio, por una razón tan compleja como absurda, que no es el caso tratar aquí hoy”, dice Alberto, después de entonar un fragmento de Mi ciudad, entre tequila y tequila “Es cenzontle que busca / En donde hacer nido / Reguilete que engaña la distancia / Baila al son del tequila y de su valentía / Es jinete que arriesga la vida / En un lienzo de fiesta y color”. Quizá si no fuera por esta historia que cuenta Alberto, la anterior, España que perdimos, no nos pierdas (creada muchos años antes), por potente que sea, hubiera quedado algo relegada, tal vez aislada, tristemente dejada a la simple memoria que olvida nuestro pasado, el de los nuestros. Pero su autor, además del compromiso, parece tener la necesidad de que se conozca su pasado, así como del reconocimiento hacia ese entorno que en las circunstancias de un exilio de décadas, permitió que sus niños fueran memoria, pero también futuro.
De niño a niño-con-Historia
“Hay historias de recuerdos, la mía es una historia de mariachis”, explica en su trabajo, mientras explica en el peculiar recorrido de su memoria, cómo evolucionaron las cosas, no tanto alrededor de él, sino dentro de su propia cabeza, de su mirada de niño infantil y no infantil, espabilado por la necesidad de comprender qué y quién era él, sus progenitores, sus compañer@s del Colegio Madid, sus abuel@s… cuál era su país.
Y a cuento de esto, explica la confusión que le crea ser “un niño raro y hablar con la zeta, porque algún día, en algún lugar, había habido una guerra”. Una confusión que se extiende desde una educación de la madre que corrige la pronunciación para que no sea excluido en una sociedad que les alberga, la mexicana, mientras la presión de una infancia que le hace español, le indica otra cosa.
Lo que se esconde detrás del escenario
Es cierto, y abro paréntesis, que el trabajo de El Curro DT siempre me ha parecido peculiar, porque había puntos que señalaban a coordenadas diferentes a las de otras propuestas que vemos en este país. Comprender que hay otras influencias que parten de raíz, es muy significativo, porque significa que algo marcó con su sello la formación de la compañía que regenta la sala DT Espacio Escénico.
Me parece que tanto el espacio, como sus habitantes, tratan de gritar desde la trastienda de la Gran Vía Madrileña, que no hay formatos preconcebidos, pero, que si suponemos que los puede haber, la vida siempre se hace susceptible de romper esquemas dentro de los esquemas. Así que, si alguien puede pensar que entorno a un lugar crecen “propuestas petardas”, porque usan de ciertos lugares comunes, de músicas o de pasajes “clasificados”, pronto descubrirá que los envoltorios son fácilmente deformables, y pueden conducir a un contenido que desentraña contenidos difícilmente transmisibles, convertidos en un camino de tránsito común o, de sorpresa en sorpresa.
Vestir al españolito de mariachi
Así es la propuesta que trato hoy, porque el alma del niño que se desarrolla en México y en el Colegio Madrid (es decir, madridista, como explica él en la correcta terminología del momento), se ve envuelta en una forma de mariachi, y poco a poco se va transformando y creciendo, desde la desnudez hasta el ser adulto que decide su propio camino.
Lo digo literal y figuradamente, porque recorremos el camino inverso a quien desnuda su alma o su cuerpo. Aquí se establece una trayectoria lógica: la de la construcción. Un niño nace y crece ajeno a una realidad, pero su curiosidad le hace ir endosando su propia elección en la vida, a la vez que parte de su indumentaria le llega endosada por su entorno, sus mayores, sus amig@s.
“Yo pertenezco a una generación cuasi yanqui en que la televisión había hecho estragos”, afirma nuestro protagonista, que investiga sin poder ni querer evitarlo, el pasado de sus ancestros. Curiosamente arranca su trabajo en términos de dadaísmo, a partir de los manifiestos DADA, que adapta a sus decisiones, sólo que en su texto atisbo matices diferentes, en el que la falta de concepto más global del propio movimiento, aunque está el de tratar de crear acciones que perturben al sistema. Quiero decir, que en este caso se logra construir un espacio de significado real y completo, donde la descripción construye el error del sistema demostrando cómo algunos seguían construyendo una realidad, conforme a una voluntad conjunta a la que se llega de manera individual. Sí es cierto que la forma de explicarlo contiene la poética y parte de la retórica del manifiesto del señor Antipyrina, y en su comienzo nos arroja una síntesis de los términos del manifiesto de 1918 de Tristán Tzara (“hay historias donde la moralidad es como una infusión de chocolate en las venas de los hombres; hay historias para comprometer al sol: … hay historias de sentimientos y oscuridades; hay historias de libertad, hay historias de la vida…”), pero su lenguaje se estructura entorno a un sentimiento decidido y finalista que llega hasta hoy, y al final ¿qué más da dónde se encuadra el arte, y dónde permanece la historia?
Un espacio íntimo
Para su puesta en escena ha querido eliminar la distracción de cualquier elemento ajeno, mediante una reducción al absurdo: un escenario mamotrético y giratorio que ocupa casi todo el espacio, ahogando al espectador. De esta manera alcanza a cada rincón del lugar (en un grupo reducido de público, eso sí), y podría tocar a cada uno de los asistentes, aunque opta por mantenerse en segundo plano frente a su personaje, el que baila y canta esta historia (“te lo digo llorando de rabia yo no volveré / no pararé hasta ver que mi llanto a formado / un arroyo de olvido abnegado / donde yo tu recuerdo ahogaré”, cantaba Chavela, pero él, ell@s, español@s del exilio torcieron su rabia en decisión, para volver y seguir luchando hoy día).
Hay un juego con las luces sobre el escenario, con unos flexos que parecen alumbrar al centro, pero que finalmente se agacharán para distraerse entre las miradas del público, porque el centro de Alberto no trata de ser Alberto, sino definitivamente su historia.
Crecer y alcanzar la realidad
Y el niño tiene voluntad de investigar al crecer “si tirábamos de los lazos encontrábamos a nuestros padres; si tirábamos más allá, encontrábamos a nuestros abuelos, pero ¿dónde comenzaba la madeja? ¿en qué barco? ¿en qué campo de concentración?”. Así, el texto de Alberto García logra enganchar al público, que se involucra en una historia bien contada, desde lo concreto a lo general, desde lo personal a lo colectivo. Así que aquí ya no hablamos de unos españoles exiliados, o del viaje ejemplar del Sinaia, sino que otro barco con españoles concretos viene a sustituir la realidad más colectiva de España que perdimos…, y eso le acerca más. Eso y los papeles-testimonio que deja ver al público.
“Un día un niño me llamó gachupín”, cuenta, pero lejos de sentirse insultado, pronto obtiene explicaciones de sus mayores “y resulta que yo era refugiado… a diferencia de un ruso, o un… a mí ‘me dejaron’ ser mexicano”. Y queda claro que hay un doble orgullo de sus orígenes en este caso. Pero también convive la confusión cuando un día encuentra otra realidad “maestra ¿por qué le falta el morado a la bandera?”, dice ante esta evidencia “supe entonces lo de las dos españas”. Todo hasta llegar a esta extraña geografía donde casi todo está del revés “yo, preguntándome entre souvenirs de El Corte Inglés, dónde coño estaría la España de mis padres”. Sí, aquella de mujeres de negro con pañuelo en la cabeza…
Hermoso y lapidario “lo cierto es que llegaba la primavera sin esperanza ni flores para los vencidos”. Quizá hay paralelismo con algunas palabras de Tagore, cuando dice “La primavera acabó de florecer y se ha ido. Y cargado de vanas flores marchitas, espero y tardo. Se han puesto las olas clamorosas, y en la vereda en sombra de la orilla, las hojas amarillas aletean y caen. ¿Qué miras, di, en el vacío? ¿No sientes estremecerse el aire de una canción lejana que viene, flotando, de la otra orilla?”.
Y cuando a Alberto se le quiebra inevitablemente la voz al citar a Lázaro Cárdenas, es generalizado entre el público ver cómo se saltan las lágrimas. Lázaro Cárdenas, que acogió en su país, a pecho descubierto a l@s español@s que viniendo de la libertad y huyendo de la dictadura, buscaban un lugar donde pasar los más oscuros momentos. Todo esto es revolución, pero también revolución íntima.