Ramami - La República Cultural
Se podría decir que es uno de los referentes de la fusión nacional. Que lleva la música en las venas y que el tiempo, ese concepto del que tanto nos enseña, solamente pasa por él para mejorarlo. Un excelente ejemplo de ello es el concierto en el que presenta Camina, su último trabajo, tercero ya como Miguel Campello, tras sus dos Chatarreros.
Una sala abarrotada, con todo el papel vendido desde hacía días, bullía en fiesta e impaciencia. El personal se aglomeraba en las primeras filas y colmaba la sala Joy Eslava desde casi una hora antes del inicio del concierto. La espera, lejos de resultar tediosa, convirtió al respetable en un improvisado telonero. Se notaban las ganas que había de pasarlo bien y de disfrutar. En un principio eran los chismorreos y risas que sobresalían de pequeños corrillos. Pero según se iba acercando la hora de inicio, la música ambiente hizo gala a su nombre y se erigió en la protagonista. De fondo, un halo flamenquillo daba una pista de lo que demandaba la clientela y no necesitaban más que rezumaran en el aire unos rasgados de guitarra, o unas tonadas procedentes de Niña Pastori o Camarón para que se erigiese un inmenso coro cantando y bailando cuasi al unísono. El sarao ya estaba montado.
Con esa previa, a nadie le podía pillar de sorpresa la gran ovación de bienvenida que recibió la banda que puntualmente salió al escenario. No hace falta que describa el entusiasmo que se exhibió para recibir a Miguel, ¿verdad? Y no era para menos, porque lo que estaba por venir iba a sobrepasar muchas expectativas.
Si algo tiene Miguel es que es un animal escénico. Un hiperactivo creativo que genera y despliega arte por los cuatro costados. Uno de esos pilares en los que suele basar su genialidad es en la anarquía, en la improvisación que surge en cualquier instante de la actuación. La espontaneidad es parte de su “alma mater”, seguramente uno de los mayores atractivos y mejores reclamos por los que el público se deshace por verle. Pero como toda espada, hay doble filo y esa virtud se vuelve inquietante porque nunca sabes por donde puede salir. Gran ventaja ésta, ya que le veas las veces que le veas siempre asistirás a un espectáculo diferente porque se reinventa y sorprende continuamente. Si Heráclito hubiera sido contemporáneo nuestro, su metafórico río hubiera sido Miguel y refiriéndose a él, su famosa frase seguramente hubiera rezado de la siguiente manera: “ningún hombre puede presenciar dos veces el mismo espectáculo del sr. Campello”.*
Con Camina, parece haber avanzado, sin demasiadas prisas, hacia un lugar más animoso. Los ritmos han adquirido más brío y las emociones bailan más al compás de energías renovadas. El concierto comienza precisamente con Quiero bailar. Desde las primeras tonadas se nota un arrojo diferente. Su directo se ha vuelto más osado. Le ha añadido bravura, más nervio si cabe. El espectáculo ha adquirido una robustez especial. Con una resolución en el directo inusitada hasta ahora. La seriedad y la profesionalidad han evolucionado. Su sonido es impresionante, quedando bien patente en la tercera canción, en la que, con una espectacular La danza del fuego, consigue que te tiemblen hasta las pestañas. Con un Campello aporreando con tal fuerza los timbales que las entrañas se te desdibujan por dentro. Está claro, algo ha cambiado. Era difícil pero lo han mejorado. Parece haber aplicado mayor sensatez, mayor fundamento. El resultado es impactante. Sin duda, se encuentra en uno de sus mejores momentos.
Y todo ello sin renunciar a su idiosincrasia. Rúbricas y firmas de su personalidad no van a faltar en todo el evento. La primera y por tanto no la última voltereta mortal no se hace esperar. La ejecuta a la primera oportunidad, es decir, al final del primer tema y tras ella, botella de vino en mano, bromea en forma de consejo: “no hagáis estas cosas peligrosas que las carga el diablo. A mí me ayuda una cuerda que tengo engachá aquí detrás”. Sus salidas del escenario para esconderse entre bambalinas son recurrentes. Sus despistes, pérdida y posterior búsqueda de la botella de vino, todo un clásico, no podían faltar. Sus lágrimas en Mamá Dolores. Peculiaridades como que reciba por parte del público un mini taburete tatuado y una bandera negra de Comando Chatarrero Madrid que acepta y exhibe con elegante orgullo. El momento nostalgia llegó de la mano de un recuerdo. A su llegada a Madrid en el año 2000, conoce a Víctor Iniesta y reconoce haber sido tratado como un hermano. Tras unas emotivas palabras los dos terminan fundidos en un abrazo.
Y por supuesto no podía faltar el descalabro de la set list, que sin ser muy alarmante sigue siendo otra impronta de su huella personal. Su rebeldía llega a aplicarla hasta consigo mismo. Primero tachando de la lista previamente elaborada, tres temas como Espineta, Un camino para andar y La misma historia. Después por alterar su orden sobre la marcha. Así, por ejemplo, Como pa olvidarnos, que estaba prevista ser la undécima representante, siguiendo a Camina, pasó de repente y sin calentar, a salir en octava posición, tras Llámame mañana. En los bises, Rosana y Juana con Hay que vivir eran las elegidas para dar por finalizado el encuentro con su público madrileño, sin embargo entre medias se coló Locura. Se encontraban a gusto. Nos sentíamos a gusto. El tiempo se echaba encima y Miguel no dejaba de pedir una prórroga. Quería y queríamos más. La solución, una decisión democrática. Pidió al público que eligiese una canción, como si el público fuera un solo corazón y una sola mente. Las peticiones, aunque fueron aclamadas al unísono, resultaron tan variadas y variopintas que se hicieron inteligibles a sus extrañados oídos. Optó por una decisión más salomónica. Improvisó, para cantar conjuntamente con el público “a capella”, antiguas joyas de la época de Elbicho como De los malos y Parque Triana.
Así, con la plebe enfervorecida, ponía punto y final a un concierto magistral, satisfaciendo y sobrepasando las expectativas de los más exigentes y dejando en el Aire constancia de un tiempo en el que nunca existió la maldita soledad.
Gracias Miguel por permitirnos pasear contigo y acompañarte en tu incansable caminar.
* “Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río” (Heráclito)