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The Shock Doctrine IV: El botín de Asia - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Lo que yo trataba de entender era por qué la famosa buena suerte de Jeffrey Sachs se vino abajo en la tan particular misión de Rusia, cuenta Naomi Klein a cuenta de la entrevista que le hizo en 2006. Fue precisamente al cabo de un año del choque llevado a cabo en Rusia que el economista más importante del mundo (como fue descrito por los medios de la época) comienza su lenta transformación de “doctor neoliberal” a convertirse en uno de los mayores defensores de la ayuda internacional a los países pobres. Sin embargo la autora admite abiertamente cuan selectiva es la memoria de Sachs, (de la que suponemos es causa de vergüenza personal).

The Shock Doctrine IV: El botín de Asia

Rumsfeld & Cheney, enriquecimiento del Terror

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Richard Nixon con Donald Rumsfeld en 1969

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DATOS RELACIONADOS

Título: The Shock Doctrine (La doctrina del choque)
Autor: Naomi Klein
Editorial: Allen Lane, Penguin group
Año: 2007
Precio: 17 €

[|CUARTA PARTE

Blanca Vázquez - La República Cultural

Lo que yo trataba de entender era por qué la famosa buena suerte de Jeffrey Sachs se vino abajo en la tan particular misión de Rusia, cuenta Naomi Klein a cuenta a propósito de la entrevista que le hizo en 2006.

Fue precisamente al cabo de un año del choque llevado a cabo en Rusia que el economista más importante del mundo (como fue descrito por los medios de la época) comienza su lenta transformación de “doctor neoliberal” a convertirse en uno de los mayores defensores de la ayuda internacional a los países pobres. Sin embargo la autora admite abiertamente cuan selectiva es la memoria de Sachs, (de la que suponemos es causa de vergüenza personal). La arquitectura de sus recuerdos en cuanto a su papel de actor principal comienza por borrar ciertos términos, como “terapia de choque”, transformándolo en una, digamos, recaudación de fondos. "Mi plan polaco, confiesa Sachs, era conseguir fondos de estabilización, cancelación de deudas, ayuda financiera a corto plazo, integración en la economía occidental europea…por lo que propuse exactamente lo mismo para Boris Yeltsin". Es decir, su intención era proponer un Plan Marshall al margen del Departamento del Tesoro y el FMI. Entusiasmo que no fue compartido por sus correligionarios, los cachorros de Friedman.

Mientras Sachs vio el colapso de la Unión Soviética como la liberación del autoritarismo político y estaba dispuesto a remangarse la camisa y comenzar la ayuda, sus compañeros de la Escuela de Chicago cogieron la situación desde otra esquina: la liberación final del Keynesianismo y la manera de deshacerse de los entusiastas del “hacer lo correcto”, creyentes como Jeffrey Sachs. Esa es la actitud “laissez faire” que tanto enfadó a Sachs al llevar a Rusia, aunque en realidad todos los hombres encargados del paquete ruso (desde Dick Cheney, a Lawrence Summers y Stanley Fischer) estaban, en el fondo, haciendo algo: practicando, en esencia pura, la ideología de la Escuela de Chicago, dejar que el mercado haga el mayor daño.

Alguna que otra voz más se hizo oír en la misma época con la denuncia de prácticas en el arte de las “seudo crisis” del FMI con el fin de instar a los países a seguir los deseos de la Institución, y para ello nada mejor que dedicarse al “cooking the books” (cocinar los datos) en la salsa conveniente. Davison Budhoo, miembro del staff del FMI durante 12 años, denunció en 1988 las malas prácticas del mismo en cuanto a la utilización de las estadísticas como arma letal. Budhoo, perfectamente documentado, explicó como los informes del Fondo Monetario Internacional eran “convenientemente” exagerados. Las explosivas alegaciones de Budhoo se referían esencialmente a las islas de Trinidad y Tobago, para hacerlas aparecer más inestables de lo que en realidad eran. Sus explosivas alegaciones desaparecieron virtualmente sin dejar traza alguna hoy día.

El tango devaluativo asiático

¿Recuerda el lector que vida llevaba en el año 1997? ¿Recuerda, quizá, las alarmantes noticias que saltaron repentinamente a la prensa sobre la depresión asiática?. Lo más extraño es que semanas antes de esta alarma los países del sudeste asiático eran considerados el parangón de una economía fuerte y vital, a los que se denominaba con el eufemismo “Los Tigres de Asia”, la historia más exitosa de la globalización.

Por lo tanto, ¿cómo es posible -se pregunta Naomi Klein y con ella sus lectores- que en 1996 los inversores depositaban 100 billones de dólares en Corea del Sur, y al año siguiente el país entrara en números rojos inversores de 20 billones de dólares, una diferencia de 120 billones de tsunami monetario, o devaluación de sus monedas?.
Al contrario de lo que se pueda pensar la expansión económica de estos países no estaba tan abierta al mercado libre. Malasia, Corea del Sur y Tailandia disfrutaban, todavía en los años noventa, de políticas proteccionistas que impedían a compañías foráneas apropiarse del suelo. Mantenían, asimismo, un Estado fuerte, en el que la energía y el transporte estaba en manos públicas. Prueba de que estas economías crecían sanas sin el “Salvaje Consenso de Washington”. Aunque precisamente este era el problema para los apóstoles del neocolonialismo.

Caramelitos como Daewoo, Hyundai, Samsung y L.G. suponían una gran tentación para los hambrientos corporativismos norteamericanos. Decidido a no perder esta oportunidad el FMI y la recién creada Organización Mundial del Comercio (OMC) presionaron a los gobiernos asiáticos para suprimir las barreras al inversor extranjero, permitiendo un alocado flujo de mercado monetario. Inversión especulativa que se salió de madre, entre los que se encontraba, en primera fila, nuestro filantrópico Soros.

Se creó una crisis utilizando el mercado global como arma letal. El valor de las monedas de los países sudasiáticos descendía por segundos, al mismo tiempo que el porcentaje de suicidios aumentaba. El FMI, después de no hacer nada mientras la crisis se agravaba, entró en negociaciones con los enfermizos gobiernos asiáticos. Como un interrogador buscando la debilidad del reo, el FMI se servió de la crisis para imponer sus influencias: La primera medida fue eliminar todo proteccionismo e intervencionismo estatal en el mercado inversor, así como cortar de cuajo los presupuestos que afectaban a una gran masa de trabajadores públicos, que se vieron repentinamente en la calle y sin salario.

En menos de un año, el Fondo negoció la nueva extrema economía de Tailandia, Indonesia, Corea del Sur y Filipinas, convirtiendo la crisis en catástrofe, o como afirmó un contrito Jeffrey Sachs en guerra contra las instituciones financieras internacionales: “En lugar de apagar el fuego, el FMI echó gasolina al escenario en llamas”.

El coste humano del oportunismo del FMI fue tan devastador en Asia como lo fue en Rusia. En 1999 el porcentaje del desempleo se triplicó en Corea del Sur e Indonesia, en tan solo dos años. Como en la Latinoamérica de los setenta, lo que desapareció en esas zonas asiáticas fue la gran y creciente clase media que se había formado. En Tailandia la oficina de salud pública informó del aumento de la prostitución en un 20% en solo un año (el de las reformas del FMI), y Filipinas siguió la misma tendencia.
Cuando Madeleine Albright, Secretaria de Estado del Gabinete Clinton, visitó Tailandia en marzo de 1999 consideró esencial la lucha contra la creciente prostitución y la mortandad por drogas, pero fue incapaz de ver (o admitir) la conexión de ese aumento del mercado del sexo con la austeridad de las políticas por las cuales expresó su incuestionable apoyo.

Mientras la población asiática se hundía, los abejorros de la colmena Wall Street se embadurnaban de miel, comprando lo que estaba en venta en Asia, es decir, casi todo. Con el pánico a las puertas, los precios estaban por los suelos. Una armada de banqueros desembarcó en la región de Asia-Pacífico actuando de brokers para firmas, compañías y bancos varios dispuestos a devorar los saldos. La caza de adquisiciones asiáticas estaba asesorada por el Consejo Internacional Consultivo del grupo financiero Salomon Smith Barney, al frente del cual se encontraban Donald Rumsfeld y Dick Cheney, formando piña con otra firma nada transparente con base en Washington, Carlyle Group, lugar de acampada indefinida de ex presidentes y ministros, como el ex Secretario de Estado James Baker, el ex Primer Ministro Británico John Major, ó Bush padre, junto a los opacos familiares de Bin Laden. Ambos grupos eran socios de las firmas de George Soros.

Naomi Klein hace gala, en este apartado, de una excelente documentación financiera y un buen uso de contactos varios que dan cuenta del troceo y reparto de importantes compañías asiáticas perpetradas por poderosas multinacionales occidentales. Entre las que se repartieron la torta mágica se encuentran Hewlett-Packad, Nestlé, Interbrew y Norvatis, Carrefour, Tesco, Ericsson, Coca-Cola, Procter & Gamble, Nissan, General Electric, Volvo, SC Johnson& Son, o General Motors, entre otros.

Preparándose para el botín

“Es un despiadado pequeño bastardo. Puede estar seguro de ello”, en esos términos se refería Richard Nixon, en 1971, acerca de Donald Rumsfeld.

Cuando Rumsfeld se unió al gabinete de George W. Bush en 2001 lo hizo con la convicción personal, (y la experiencia de una larga y lucrativa carrera empresarial) de reinventar la guerra del siglo XXI, convirtiéndola en algo más psicológico que físico, más espectáculo que lucha, y desde luego más lucrativa que nunca.
La privatización de las infraestructuras de la creación del desastre y la respuesta al mismo.

La privatización de un estado policial encarnado en poderosas figuras de grandes negocios: Dick Cheney, Donald Rumsfeld y George W. Bush.
La autora recorre con minuciosidad la carrera empresarial de Rumsfeld a lo largo de la cual ha hecho uso y abuso de contactos políticos y financieros para la obtención de escandalosos beneficios, desde empresas especializadas en biotecnología o farmacéuticas (con patentes en cuatro tratamientos del SIDA) a la rentable experiencia McMilitar del futuro en guerra de Cheney, con su dirección ejecutiva en Halliburton.

El compromiso del presidente Bush por subastar el Estado combinado con el liderazgo de Cheney dirigiendo el departamento militar y las patentes de Rumsfeld en la prevención de epidemias hacen idea del tipo de Estado que los tres sujetos ansían construir. En otras palabras, concluye Klein, la visión de un estado corporativista a tres manos: grandes negocios y gran gobierno combinando sus poderes para regular y controlar a la población.

Y entonces llegó el 11 de septiembre de 2001 que demostró los prominentes agujeros de la infraestructura pública. En lugar de fortalecer estas deficiencias, el equipo Bush diseñó un nuevo papel gubernamental, uno en el cual el trabajo del Estado, en lugar de proporcionar seguridad, se dedicó a comprarla a precios de mercado libre. La industria del desastre vio nacer a un regimiento de nuevos lobbies: en 2001 había un par de tales firmas orientadas a la seguridad, a mediados de 2006 se contaban 543.

Sadam Hussein no suponía una amenaza a la seguridad de Estados Unidos, sin embargo sí era una amenaza para las compañías energéticas estadounidenses desde el momento en que negociaba contratos con un gigante del petróleo ruso y la compañía gala France Total, dejando en la estacada a las firmas petrolíferas americanas y británicas. Había que cortar por lo sano.

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