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Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero, de Inma Luna - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Si es un aforismo verdadero que «las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero», ¿por qué Inmaculada Luna escribe estos diecisiete cuentos de corazones machacados que a veces se hunden, y a veces, maltrechos y majados y en picadillo, salen huyendo al grito de «se nos quema la carne», en busca del Cocinero Mayor, o sea Dios, o sea uno mismo, derribando ollas y pucheros en la estampida, destrozando el hogar ya destrozado, hiriendo el corazón ya malherido de tanto sancocho, marinadas, maceraciones, bañomarías, cocciones, frituras, enlatamientos y salmueras, a los que todavía inmacula Inma Luna con unas gotitas de zumo de limón, no sea que el corazón no haya aprendido que en estos relatos se cocina a fuego lento, y que a la hora del «sálvese quien pueda» no hay receta que valga: para que la desdicha y la felicidad queden a punto, sólo hay un consejo de cocinera experta: improvisación —con güevos, de preferencia.

Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero, de Inma Luna

Agréguese al gusto unas gotitas de zumo de limón

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Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero

Portada del libro de relatos de Inma Luna "Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero".

Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el (...)
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Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero

Portada del libro de relatos de Inma Luna "Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero".

Agréguese al gusto unas gotitas de zumo de limón

Dante Medina

Si es un aforismo verdadero que «las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero», ¿por qué Inmaculada Luna escribe estos diecisiete cuentos de corazones machacados que a veces se hunden, y a veces, maltrechos y majados y en picadillo, salen huyendo al grito de «se nos quema la carne», en busca del Cocinero Mayor, o sea Dios, o sea uno mismo, derribando ollas y pucheros en la estampida, destrozando el hogar ya destrozado, hiriendo el corazón ya malherido de tanto sancocho, marinadas, maceraciones, bañomarías, cocciones, frituras, enlatamientos y salmueras, a los que todavía inmacula Inma Luna con unas gotitas de zumo de limón, no sea que el corazón no haya aprendido que en estos relatos se cocina a fuego lento, y que a la hora del «sálvese quien pueda» no hay receta que valga: para que la desdicha y la felicidad queden a punto, sólo hay un consejo de cocinera experta: improvisación —con güevos, de preferencia.

Inma es un chef en la cocina literaria; en el momento inesperado, el ingrediente que transforma sus cuentos en magníficos llega a la cita del sazón, asombrándonos. Se le da la magia de lo cotidiano, y es capaz de ver la tragedia en un mundo diario donde otros sólo alcanzan a percibir el drama. Usa los mismos ingredientes de que disponemos todos los narradores, parte de las mismas legumbres, idénticas frutas, especias similares, leyó los mismos libros que nosotros, pero ella trae un no-sé-qué que deja balbuciendo, literalmente. ¿Será el número de gotitas de zumo de limón que dan el toque último, elegante y perverso a sus relatos? La sal exacta de la abuela que nunca supo enseñarnos a medir, porque el gesto de la mano y el capricho del instinto instantáneo eran la báscula que aquilataba. Las ventajas en Inma de ser poeta…, y los poetas, ya se sabe: conocen cosas que incluso ellos ignoran, y las dicen, irresponsablemente, para abrirnos los ojos, ellos que viven tan cómodamente instalados en la metáfora. Inma es de esas cuentistas que dan envidia, si uno es envidioso. (Y más a los envidiosos que, como yo, han tratado de darle auténtica voz de mujer a sus personajes femeninos).

Los amores extraños, los incomprensibles (¿hay de otros?), la ternura sórdida y la desesperanza, la simulación y la mentira para sobrevivir a corazón abierto, la fantasía como refugio y escondite, el vómito psicoanalítico, el amor desmedido que acaba en un abrazo fúnebre, el panteón en que se ama en la miserable ciudad, el sabor del cuerpo, la identidad perdida y buscada, y el recorrido por el interior femenino como si se tratara (¡que sí!) de un campo minado de cicatrices, contradicciones, entumecimientos, monotonías, desilusiones, en un laberinto donde todos los senderos conducen a la palabra «escape», una forma de muerte o la muerte misma: sopa de a-diario, menú único. Y detrás de todo, una clave a la que nos conduce el olor que permite llegar al sabor: el hogar. En todos los sentidos emocionales e intelectuales del vocablo, del boca-hablo: casa, familia, amor, fuego, fogón: alimento, en suma.

 

 


 

 

 

Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero (Fragmento)


por Inma Luna

Los días amanecen dispuestos a cualquier catarsis pero ya nos encargamos nosotros de amansarlos, de moldearlos hasta que se introduzcan en las vías rígidas, estrechas y falsas de la normalidad.

Adelita se levanta con ganas de cantar pero se calla para no molestar a su vecino, que duerme hasta las tantas.

Adelita se acuesta con ganas de ser acariciada pero se calla para no molestar a su marido, que duerme desde hace rato.

Yo vivo justo enfrente de Adelita y la veo deshacerse de ganas de vivir todos los días mientras unta la mantequilla en la tostada o pela con ternura una naranja.

Un día la miré cuando me crucé con ella por la calle. Estaba lloviendo y Adelita no estaba llorando, pero lo parecía.

Soy un asesino.

Antes era un fotógrafo pero un día acepté la catarsis y me dejé, por fin, llevar.

Maté a un gato.

El gato de mi vecina Adelita.

Él me lo pidió. Más bien, quiso apostar y yo acepté la apuesta. Y la gané.

Vino hasta mi ventana cuando yo salía de la ducha y fumaba el primer cigarrillo de la mañana.

Lo vi pasar veloz y silencioso. Como un gato. Y al momento volvió a pasearse, esta vez altanero, por el alféizar de la ventana. Movió el rabo en un latigazo, el pelo levemente erizado, los ojos acuosos y obsesivos.

Hacía fotos a parejas de novios subidos en columpios adornados con flores de tela y hojas de plástico.

Hacía fotos a novios tímidos y a novias desinteresadas. En aquel entonces ya había sentido alguna vez el deseo de acuchillar un corazón tembloroso y apocado, tan reseco y amargo como el de Adelita.

Podía calmar aquel deseo a base de hamburguesas. Tragaba doce o quince. La carne grasienta, roja y apelmazada aliviaba el incipiente deseo. Llegaba así a la sesión de fotos de la tarde con una cierta calma, la que me proporcionaba el regusto a carnaza que me quedaba entre muelas.

Adelita bajó un día a comprar una barra de pan para la cena. Eran las siete y media de la tarde, una hora tranquila de luz esquiva, hora de merienda tardía y cena temprana. Olía a fuagrás. El gato hizo fu.

Vi a Adelita desde mi ventana. Tenía mucha hambre. El gato era un gato.

Adelita quería comprar pan y cantar y ser acariciada. Yo era un asesino y antes fui un fotógrafo.

La luz es muy importante. La luz, la sombra y el color. Intentar que el cutis de la novia no aparezca como es: impuro y grasiento. Los gatos no deben, no pueden, ganar las apuestas.

Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero.

Desde que maté al gato no he vuelto a comer pero me encanta aspirar el aroma de los guisos y leer libros de cocina.

Frío pimientos verdes y sardinas y me siento junto a la cocina mientras se van recociendo a fuego lento.

El humo aromático y denso entra caliente por mi nariz. Me sacia y me reconforta.

Adelita tampoco puede comerse a su marido, aunque lo desea. Por eso ha aprendido a aspirarlo y él se encuentra cada día más débil, como si se le fuera achicando el alma.

El gato olisquea las mondas de naranja y lame los labios agrietados de Adelita.

Una novia inexpresiva, de pequeña sonrisa, se tapa la barriga puntiaguda con un enorme ramo de azahar.

Mientras hago la foto en el parque irreal del columpio rosa veo pasar a un gato de mentira. El gato me mira, hace una apuesta y corre veloz a refugiarse bajo la falda plumasuave y abultada del traje de novia.

La pequeña sonrisa de la virgen preñada mejora un grado y me obliga a cerrar un punto el diafragma de mi cámara. La apuesta del gato no me ha pasado inadvertida.

Las sardinas y los pimientos hacen escapar su olor a bocanadas. El humo consistente rebosa mi cocina y se escapa, indiscreto y delator, buscando el cielo recuadrado del patio de vecinos. Adelita se asoma a esnifar.

Tres gatos nuevos y suaves se alborotan abajo.

Al tiempo que suena el grito de una madre con la cena preparada, Adelita baja a comprar el pan, la novia embarazada pierde a su hijo por una infección de toxoplasmosis y yo lanzo las sardinas, los pimientos y el aceite hirviendo por la ventana.

Tanto aroma y tanto calor para los gatos.

Adelita mojó el pan toda la noche en el caldito de alma de su marido y eso la dejó satisfecha y jugosa. Al marido, muerto.

Bajé para recoger los tres cadáveres de los tres gatos escaldados. Les hice una foto, así que he vuelto a ser fotógrafo.

Como me entró de nuevo el apetito devoré sobre el suelo las sardinas y los pimientos verdes antes de entrar al portal y llamar a la puerta de Adelita feliz sin gato y sin marido.

DATOS RELACIONADOS

Título: Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero
Autora: Inma Luna
Eitorial: Baile del sol
Género: Narrativa
Formato: rústica, 128 pág
Año: 2008
Precio: 12€
Para más información:
http://www.bailedelsol.org/

Inmaculada Luna (Madrid, 1966) es periodista. Ha publicado varios títulos de poesía El círculo de Newton (Ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2007), Nada para cenar, LFC Ediciones, obra ganadora del Premio Local de Poesía Villa de Leganés 2005. Ha colaborado también con las revistas literarias Alex Lootz, Minguante, La Hamaca de Lona y Piedra del Molino, entre otras, además de aparecer en antologías como Voces del Extremo (Fundación Juan Ramón Jiménez, 2005, 2007). Vinalia Trippers ha seleccionado algunos de sus versos para el suplemento Poesmash (2007).

Ha participado en los encuentros de poesía Voces del Extremo (Moguer, 2005 y 2007); Palabra Ibérica, Encuentro de poesía hispano portuguesa (Punta Umbría, 2006 y Vila Real de Santo Antonio, 2007) y Edita, Encuentro Internacional de Editores Independientes (Punta Umbría, 2006 y 2007).
Entre sus relatos publicados destacan El hombre del butano, Editorial Universidad Complutense de Madrid, La vida en común, Editorial Catriel, El empleo, Editorial Ayuntamiento de Getafe, y Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero, Patrañas Ediciones. Se estrena en solitario con Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero (Tenerife, 2008) su primer volumen de relatos.

Puedes encontrarla en:
http://inmalunatica.blogspot.com/

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